Muchos asociamos esta combinación de sabores a uno de esos pequeños placeres de la gastronomía postrera, relegada siempre al final del menú, con mucho de despedida y también mucho de premio. Pero, en 1994, esta combinación de gustos tan común se convirtió en título de una gran película y a la vez en metáfora de di versidad.
Con el título “Fresa y Chocolate”, los directores de cine cubano Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, llevaron a la gran pantalla la bella historia contada en la novela “El lobo, el bosque y el hombre nuevo” de Senel Paz. Esta película, que habla sobre la amistad entre un hombre homosexual y un joven heterosexual en La Habana durante los años ochenta, trascendió fronteras y ganó la primera y única nominación al Oscar del cine cubano (hasta la fecha).
Quien no la vio en su momento, seguramente la vio después, ya que se convirtió en un clásico instantáneo del gran cine latinoamericano... La película nos habla sobre las diferencias, pero principalmente sobre cómo se puede convivir perfectamente con lo diferente, así como conviven de maravillas en un cono dos gustos tan dispares como el chocolate profundo y goloso y la frutilla fresca y ligera. Al inicio del film, el protagonista gay, Diego, intenta seducir a David, un hombre heterosexual y comunista en Coppelia, la hela- dería más tradicional y famosa de La Habana. Saboreando una cucharada de helado como de una experiencia enteramente sensual, Diego exclama: “No puedo resistir la tentación.... ¡Me encanta la fresa! Umm... es lo único bueno que hacen en este país.
Ahorita lo exportan, y para nosotros, ¡agua con azúcar!”.
Así se nos presenta Diego, la fresa de la película, este personaje tan entrañable, entre pícaro y subversivo, leyendo a autores ene- migos de la revolución cubana, saboreando whiskies del mercado negro y escuchando con pasión a María Callas mientras exclama “¡Dios mío, que voz! ¿Por qué esta isla no da una voz así? ¡Con la falta que nos hace otra voz!”.
Diego se crea su propio refugio en medio de ese mundo de represión, intolerancia y escasez. Cuando recibe por primera vez a Diego en su casa, a la que denomina “La Guarida”, le advierte que es un lugar donde no se recibe a todo el mundo. Claramente es un universo personal, un lugar que ofrece amparo y libertad de leer, de oír, de beber lo prohibido, pero principalmente un lugar que se abre al diálogo, que empieza a fluir entre Diego y David.