3 de Mayo de 2024
Marqués de Cáceres Gran Reserva 2008
300-vino-del-mesSe me ocurrió -con la falta de rigor científico que acostumbro- que las bacterias son el alma de todas las cosas: del pan, del vino, de los semejantes. Habrá entre ustedes quienes puedan aportar los datos precisos que explican cómo las bacterias, además de descomponer o destruir, son agentes creativos, que sostienen el equilibrio de la vida. Pero lo que a mí me interesa afirmar, un poco a la manera de un sofista, es que los vinos nacen, crecen, se desarrollan y también mueren; o todavía más que eso: quisiera pensar que los vinos, sean colonias bacteriales o soplos de algún dios (¿Baco?), poseen un alma. Los vinos viven también en nuestra memoria; porque, como todo lo que ha alcanzado a emocionarnos, a darnos uno de esos momentos que le hacen creer a uno que la vida ha valido la pena, ellos son parte de nosotros. Imagínense, toda esa constelación de cosas, el trabajo de la tierra, de los hombres, de las bacterias, el influjo de los vientos y de las lluvias, toda esa poesía entra en nosotros y nos da color, nos despierta risas y deseos de abrazarnos y compartir historias. ¿¡Cómo olvidar un buen vino!? Y cuando digo buen vino, me refiero sobre todo a aquellos que han sabido cambiarnos, o al menos alegrarnos el corazón. Hace unos días llegó a la editorial -debo agradecer la gentileza al señor Luis Pampliega, CEO de la importadora Burgos- una botella de Marqués de Cáceres Gran Reserva 2008. Obviamente, tratándose de un exquisito crianza riojano, más de uno salivó al verlo subir hasta nuestra oficina; pero, en particular, en un departamento, el área digital de alacarta, generó una conmoción que despertó mi curiosidad. “Mabel dice que por favor le avisemos cuando vamos a descorchar el Marqués de Cáceres”, me dijo Alejandra, nuestra coordinadora editorial. Enseguida sentí el aroma de una historia. Mabel, cubana de nacimiento, vivió algún tiempo en España, donde trabajó de mesera y conoció, sin llegar a fanatizarse, los vinos de La Rioja, de Mallorca, de la Ribera del Duero; el vino español, en resumen, que no es uno solo, sino muchos. “¿Cuál es tu relación con este vino?”, le pregunté por el chat de la oficina. A lo que ella respondió: “Quiero casarme con él. Es un gran amante”. Seguimos hablando y me dijo que al principio le era difícil entender los vinos de La Rioja, que le parecían en general muy intensos, muy fuertes. Pero que, por alguna razón que ella desconoce, el Marqués de Cáceres fue siempre una excepción; le podía sentir la fruta y no le era tan pesado al tomar, razones suficientes para suscitar este romance que, varios años después, en Paraguay, revivió su llama. Hay algo que siempre se nos escapa al hablar de vinos, algo que es imposible poner en palabras; ese lugar lo ocupa el silencio, que es, más que una carencia, una afirmación. Luego están esas otras que sí pueden decirse, que quizás, en algún punto, puedan explicar el affair de Mabel y el Marqués. Decir por ejemplo que este blend está compuesto por 85% Tempranillo de La Rioja Alta y Alavesa, tradicionalmente las zona más prestigiosa para el cultivo de esta uva nativa española que, quienes la hemos tomado sabemos, aporta en los vinos aquella fruta roja (cereza, frambuesa) que fascinó a nuestra amiga y un excelente equilibrio en taninos que propicia su crianza. En menor porcentaje encontramos la Garnacha (8%), que le da buenos tonos aromáticos, notas afrutadas también a fresa y frambuesa, y le aporta cuerpo al vino. Por último, la Graciano (7%), que le aporta acidez y frescura al vino, fundamental para que termine siendo redondo, es decir, completo. ¿Y por qué Mabel no lo siente demasiado “intenso” en la boca? Tal vez porque este vino pasa de 26 a 28 meses en barricas de roble francés, lo que lo hace equilibrado en boca, aterciopelado y con los taninos bien pulidos. Cuando los taninos no están bien trabajados, generalmente, el vino nos reseca la boca y necesitamos, sí o sí, entre copa y copa tomar su buen vaso de agua. La idea era acompañarlo con un queso azul y jamón serrano, pero terminamos tomándolo solo, a la temperatura ideal, gracias a Ale, siempre eficiente, que cayó con una hielera y el termómetro para vinos. Con el primer trago, los ojos de Mabel se abrieron y exclamó: “¡Es tal como lo recordaba!”.

9 de Febrero de 2017

Alacarta

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